Pataíta por Bulerías básica
Vamos a aprender una pataíta por Bulerías y una llamada básica por Bulerías. Este vídeo tiene un nivel básico. Comenzamos con la llamada, es una llamada básica. Te la enseño lentamente tanto con los pies como con los brazos, tiene también ejecución de palmas y golpes con las manos en las piernas. Al final del vídeo realizo la secuencia completa para fijar toda la pataíta por Bulerías en coordinación de los pasos con todo el cuerpo.
Entender una Pataíta por Bulerías
Hablar de una pataíta por bulerías es como hablar de ese momento mágico en una reunión flamenca donde todo se aprieta en el pecho y te entran unas ganas locas de levantarte y echar a andar con compás. La pataíta no es un gran espectáculo ni un baile académico de esos con teatro y luces rojas; no, esto es algo más familiar y más de piel. Es ese instante en que alguien se arranca, a veces sin pensarlo, porque el cuerpo lo pide, porque la guitarra lo llama y porque las palmas ya están diciendo “vamos, que nos vamos”.
Una pataíta es chiquita, cortita, pero está llena de sabor. No hace falta ser un figura del baile para tirarte, lo que hace falta es sentimiento, gracia y compás. Y ojo, que no es poca cosa. Hay quien se cree que eso es simplemente mover los pies rápido y hacer cuatro gestitos con los brazos, pero quien ha visto una de verdad sabe que ahí dentro va metida la vida entera. Va el nervio, el orgullo, el cachondeo, la chispa. Y sobre todo, va el respeto a un arte que, aunque parezca “así de fácil”, tiene siglos en los huesos.
¿Cuando es el momento de la Pataíta?
La pataíta casi siempre llega en el mejor momento de la juerga. Cuando ya ha corrido un poco el vino, cuando la gente está calentita, cuando se ha cantado un poquito de todo y las palmas han encontrado ese son que te enciende los pies. Ahí aparece alguien, puede ser una tía con bata de lunares, un colega con vaqueros y zapatillas o esa persona calladita que nadie esperaba… y ¡zas! Se planta en medio y empieza a marcar con una sonrisita que dice “miradme”.
Porque eso sí: la pataíta se goza. No es postureo, no es pa’ que te graben y te suban a Instagram (aunque pase). Es pa’ soltar lo que llevas dentro. Puedes empezar finito, marcando despacito, dejando que los brazos se abran como si el aire fuera tuyo. Luego un remate, un taconeíto cortito, una vuelta, un desplante mirando a la guitarra, y ese ¡olé! que te cae de alguien que sabe lo que estás sintiendo. Y tú lo sientes más.
Y lo bonito es que no tiene por qué ser perfecta. De hecho, lo bueno es cuando sale natural. Cuando te equivocas y te ríes, cuando te pisas el bajo del pantalón o metes un paso raro y aún así suena a verdad. Porque la pataíta es eso: verdad en un minuto, fuego que prende en un chasquido y se apaga igual de rápido, pero se queda en la memoria y en el corazón.
Así que si alguna vez te ves rodeado de compás por bulerías y te llaman a echar una pataíta… no te achantes. Entra. Que el arte no está en hacerlo perfecto, sino en hacerlo tuyo.
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